Los awajún y otros pueblos indígenas destacan como actores clave en la construcción de un país más equitativo y respetuoso de su diversidad. (Foto: Agencia Andina)
Crecí en la comunidad nativa de Napuruka, distrito de Nieva, provincia de Condorcanqui, Amazonas (Perú), perteneciente al pueblo indígena awajún que, junto a los pueblos ashaninka y shipibo, tiene la mayor población indígena amazónica, ocupando las regiones de Amazonas, Loreto, San Martín, Cajamarca, Ucayali y Madre de Dios. Los awajún son históricamente un pueblo guerrero que nunca se dejó conquistar por los incas ni los españoles, al que pertenezco por mi padre y abuelo que fueron dos connotados líderes históricos de este pueblo y sus organizaciones.
Cuando estaba en la escuela estatal, en el curso de Historia del Perú me enseñaron que los jíbaros (aguarunas) eran cazadores, frutícolas y recolectores. Acompañando al texto, había imágenes de personas que se parecían a mi abuelo, con la cabellera larga, corona (tawas) y cerbatana. Sin duda, hacía referencia a mis ancestros, a quienes la descripción presentaba de manera primitiva y que, a pesar de haber existido esa etapa, sentía que esa información nos encasillaba en algo folclórico o inferior, sin dar una introducción que podría señalar que somos parte de la diversidad cultural que es una de las principales riquezas de nuestro país.
Otra situación que recuerdo de mi proceso de encuentro cultural durante mi etapa escolar fue la dificultad de algunos compañeros para pronunciar mi apellido paterno y, aunque me tomaba el tiempo de explicarles que la “g” se pronuncia como “n”, deletreándoles mi apellido: “n” de niño, “u” de uva, “g” de gato, “k” de kilo, “u” de uva, “a” de avión y “g” de gato; algunos, en vez de intentarlo, obviaban mi apellido paterno y preferían llamarme por mi apellido materno, más “fácil” de pronunciar. En este proceso o en casos similares, cuando me sentía discriminado, solucionaba mis problemas con métodos no tan pacíficos que permitían hacerme respetar.
Mi herencia y conocimiento de la Amazonía, sumados a mi formación profesional y experiencia laboral en organizaciones indígenas, me permiten, ahora como funcionario público, mirar con mayor amplitud y desde otro enfoque cualquier problemática ocurrida en nuestro territorio, porque no lo veo lejano ni ajeno, sino como propio, pues es parte de mi historia.
Hoy puedo decir que la interculturalidad es el poder de reconocer las diferencias culturales, generando un espacio de respeto, de equidad e igualdad de oportunidades y derechos, de los cuales aprendamos y recojamos estos conocimientos y aprendizajes para construir una mejor sociedad y, definitivamente, la gestión pública en el Perú debe hacer sus mejores esfuerzos para encaminarse a ello, respetando la medicina ancestral (plantas medicinales) y conciliándola con la medicina occidental, mirándola de igual a igual con respeto, permitiendo generar satisfacción más allá de los números y las estadísticas; pero, sobre todo, garantizar los servicios y derechos postergados de una agenda indígena histórica que seguimos atendiendo y es una larga meta por cumplir.
Hemos dado los primeros pasos. Ahora sabemos que el Perú es un país pluricultural y multilingüe, conformado por 55 pueblos indígenas (51 en la Amazonía y 4 en los Andes) donde existen 48 lenguas indígenas (4 habladas en los Andes y 44 en la Amazonía), pero lo que sucede en las comunidades pertenecientes a algún pueblo indígena y es registrado en los informes públicos, siempre suele asociarse mayormente a malas noticias por sobre las buenas, por lo que trataré de compartir algunos puntos de vista que pueden diferir de la información oficial, sin que ello comprometa a las instituciones a las que pertenezco o ponga en tela de juicio mi profesionalismo.
Para lograr este objetivo, compartiré, a partir de esta edición, algunos artículos sobre casos que involucren a pueblos indígenas en este espacio brindado por la Revista Gobernanza Social.